Y al año siguiente le dieron el Premio Nobel de Literatura, de momento el único escritor en lengua portuguesa que lo ha recibido.
Después retrató el declive de los artesanos ante un centro comercial en su difícil de leer (sin a penas signos de interrogación o exclamación) "La caverna"; y poco después nos hizo plantearnos nuestras identidades con "El hombre duplicado"; nos sumió en una ceguera blanca, una profunda reflexión sobre el poder y los gobernantes, haciendo votar en blanco a la mayoría de los ciudadanos en "Ensayo sobre la lucidez".
Y ya en la recta final de su vida, "Las intermitencias de la muerte" nos llevaron a una distopía en la que la gente dejó de morir, y para solucionarlo trasladaban a los moribundos al otro lado de la frontera.
Y su oficio de novelista terminó con otros dos viajes: "El viaje del elefante" (de nombre Salomón), y "Caín", en la que el personaje bíblico descubre que puede viajar en el tiempo a lomos de un humilde burro, dando lugar a encuentros con otros personajes de la Biblia y cuestionando la figura de Dios, al que califica de vanidoso y cruel.
Merece la pena seguir leyendo a este magnífico fabulador, cuyas cenizas reposan a los pies de un olivo centenario en Lisboa.
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